jueves, 26 de diciembre de 2013

El tipo que se follaba a mi mujer

Había tres cosas que no podía soportar de mi mujer. La primera era la forma en la que batía los huevos. Lo hacía con demasiada energía y golpeaba con fuerza el plato con cada sacudida de tenedor. No era necesario, estaba claro que no era necesario hacer tanto ruido. Luego tenía esa manía de la simetría. Todo tenía que tener un equilibrio. Todos los objetos de la casa tenían que estar en armonía: los cuadros, las sillas, las lámparas,... Joder, todo el peso estaba repartido y nada destacaba por encima de nada. Al principio no te dabas cuenta, pero poco a poco todo ese orden se te metía en la cabeza y te destrozaba la percepción y cuando ibas por la calle todo parecía desordenado y nefasto. En fin. La tercera cosa que no soportaba de mi mujer era ese tío, Miguel, un amigo que tenía y con el que a veces quedaba y follaba en algún hotel de la ciudad. Se conocían desde la infancia y estudiaron arquitectura juntos. Eran como “mejores amigos” o algo así y crecieron juntos. Habían pasado de ser amigos a ser amantes, luego de amantes a amigos de nuevo y luego de amigos a amigos que follan y así constantemente. Joder, habían pasado por todo. Yo nunca tuve una mejor amiga y realmente nunca podré llegar a entender qué tipo de relación tenían entre ellos. El caso es que al terminar la carrera Miguel y Brenda, mi mujer, planearon una aventura. En aquel momento no estaban saliendo juntos ni nada pero bueno, eso tampoco quería decir nada. Decidieron marcharse juntos a buscar trabajo a París pero pocas semanas antes de irse ella me conoció a mí. Miguel se marchó y Brenda se quedó. Miguel consiguió trabajo y con el tiempo abrió su propio despacho de arquitectos. Aquí Brenda encontró un curro bien pagado pero creo que siempre se preguntaba qué habría pasado si se hubiera largado con su amigo a París. París, menudo hijo de puta romántico de pacotilla. Hay que ser hijo de puta. Pues el caso es que de vez en cuando el hijo de puta ese venía a España y quedaba con mi mujer y follaban durante un fin de semana entero mientras yo me quedaba solo en casa leyendo o viendo la tele.

No me malinterpretéis, no es que en ningún momento me ocultaran lo que estaba pasando, Brenda ya me había hablado de ese tipo y yo sabía que habían sido novios y que eran muy amigos, casi almas gemelas, y cuando él volvió por primera vez a España quedamos con él y ambos me plantearon la situación. Estábamos cenando en nuestra casa cuando sacaron el tema, supongo que antes ya lo habían hablado entre ellos, por teléfono o mail o lo que fuera. Me dijeron que se sentían tan unidos que querían hacer el amor cada vez que él visitara Barcelona. No es que estuvieran secretamente y eternamente enamorados -ella me decía que me seguiría queriendo como siempre-, era más bien un aprecio infinito entre ellos, una estima y un respeto que se plasmaba sin barreras ni prejuicios. En ningún momento plantearon la disolución de mi matrimonio, Brenda quería seguir conmigo y Miguel no quería una relación con Brenda, él quería seguir viviendo en París y no quería cambiar de vida. De algún modo lograron presentarme la situación como si no fuera algo raro, como si el sexo extramatrimonial fuera algo natural y que desarrollar celos a partir de esta situación sería algo muy egoísta por mí parte. Me dijeron que el sistema de familia nuclear era algo caduco, que ya éramos adultos y que podríamos manejar esta situación sin problemas, que en el fondo no se trataba de hacer el amor o de no hacer el amor, se trataba de hacer una “revolución de los sistemas y valores familiares”, como dijeron ellos. De algún modo su discurso tenía sentido y terminé apoyando la causa. En fin, ya sabéis como son esta gente que ha estudiado carreras complicadas, consiguen que tus ideas parezcan retrógradas cuando son de lo más normales. Aparte de esto, como yo era un pobre ilustrador que trabajaba en casa y no ganaba demasiado dinero, no pude ni plantearme la posibilidad de dejar a Brenda.
A mis amigos ilustradores nunca les conté nada de esto ya que seguramente no lo habrían entendido y pensarían que estaba totalmente loco por aceptar este acuerdo. Además, yo sería incapaz de articular un discurso lógico –como hicieron ellos conmigo- para convencerles de que ésta era la mejor opción para todos. Joder, Miguel solamente venía a España dos o tres veces al año, tampoco era una locura. Era algo, hasta cierto punto, soportable.
Así que llegó uno de esos momentos en que Miguel visitaba Barcelona y planificamos, como siempre, una cena en casa. Los tres; Miguel, Brenda y yo. Ya era algo normal y el día antes Brenda y yo fuimos al mercado a comprar algo especial para cocinar, nos decantamos por el pescado, ella había visto una receta interesante en una web y nos pareció la mejor opción. Tampoco es que preparásemos las visitas de Miguel como si viniera el Rey de España a cenar, pero era algo que celebrar –sobre todo para ellos- y estaba bien cocinar algo decente y comprar un buen vino. Llegados a este punto yo ya había canalizado mi rabia hacia niveles insospechados. La situación no me agradaba pero ya había asumido cierta indiferencia, era algo normal. Incluso el hijo de puta este de Miguel no era un mal tipo. Ya nos había visitado unas 15 veces y ya habíamos podido conocernos más, de hecho incluso nos habíamos intercambiado mails y a veces recibía mails suyos de esos con bromas de Power Point. Normalmente bebíamos bastante vino durante las cenas y luego nos servíamos unos combinados y terminábamos bastante borrachos y al final de la velada, cuando estábamos todos tocados, hablábamos sobre nuestro “asunto” y de lo “genial” que era poder llevar estas cosas con tanta naturalidad, con tanta madurez. Luego, hacia las tres de la madrugada, ellos dos se marchaban al hotel y ya no les volvía a ver hasta al cabo de dos días, cuando nos despedíamos en el aeropuerto. Brenda ya sabía cómo funcionaba todo esto y las despedidas no eran dramáticas ya que realmente se volverían a ver en unos pocos meses. Durante su ausencia yo aprovechaba para trabajar tranquilamente con mis ilustraciones, que de hecho ya me iba bien. Durante varios días era el dueño de la casa y podía comprarme esa comida congelada que tanto odiaba Brenda y beber mucha cerveza y no tenía que estar escuchando ese martilleo constante de cuando Brenda batía huevos.

Como siempre Miguel llegó puntual a las nueve de la noche y me saludó efusivamente con abrazos e incluso algún beso mejillero. A Brenda le dio un beso en la boca bastante largo y luego se fueron a la cocina, donde Brenda estaba ultimando los preparativos de la cena. Como era de esperar la disposición de los platos estaba en perfecta armonía. Como éramos tres, ella se puso en el lado ancho de la mesa, justo en medio, y a Miguel y a mí no situó a un extremo cada uno. A cada lado había una vela y una botella de vino y en medio colocó un florero. Todos los elementos de encima de la mesa estaban separados por la misma distancia. Irónicamente Miguel y yo también formábamos parte de esa simetría, sus dos hombres estaban igualados ante ella, en equilibrio, ninguno de los dos era más importante que el otro. Tengo que reconocer que estos pequeños detalles siempre me habían resultado incómodos y desafortunados, excesivamente fríos y calculados, hechos casi con una malicia inconsciente.
Empezamos a comer y todo fue sucediéndose como de costumbre: charlas entretenidas y muy alejadas de lo que se podría considerar como un diálogo vacío y cliché. Con Miguel no se hablaba del tiempo o del trabajo, con Miguel todo era una disertación constante sobre la vida y la sociedad. De hecho ese tipo le tenía fobia a la mediocridad, al ritmo soñoliento constante con el que la mayoría de gente vivíamos. En un momento de la conversación soltó la bomba. Miguel anunció que había conocido a una mujer. Brenda sonrió hipócritamente y yo, como ya había bebido un poco de más, se me ocurrió la genial idea de comentar que ahora, por fin, ya podríamos hacer un auténtico intercambio de parejas. Yo haría el amor con esa mujer mientras Miguel y Brenda follaban en el hotel. El comentario no hizo mucha gracia. Brenda siguió callada y entonces Miguel dijo que él creía que esa mujer no entendería la relación que teníamos nosotros tres y que no podría entrar nunca en este juego. De hecho ni siquiera se lo propondría ya que ni a él le apetecía en absoluto seguir quedando con Brenda, Miguel estaba enamorado, por lo que este triángulo absurdo se ha había terminado. Brenda seguía callada, claramente decepcionada. Me serví otra copa de vino en silencio y vi cómo lo miraba, directamente a los ojos, con un odio absoluto, como si la hubiera estado engañando durante años. Miguel notó la decepción y le dijo que éramos adultos, que tanto como habíamos podido entrar en esta espiral podríamos salir de ella. Él seguiría queriéndola como siempre pero las cosas, a partir de ahora, cambiarían un poco. En ese momento la simetría se rompió, Brenda se fue a llorar a la cocina, diciendo que no entendía nada, que su relación iba más allá de follar y de la celosía, que era una nueva forma de entender la amistad. Toda esa mierda progresista que se había creído durante años se le estaba atragantando, pobre Brenda. Fui a la cocina a hablar con ella y empecé a consolarla, a decirle que no era culpa suya, que ella lo había hecho todo bien. Era curioso estar consolándola por este tema cuando ella había estado periódicamente poniéndome los cuernos “legalmente”. Pero la tía estaba fuera de sí, destrozada, empezó a insultarme y a decirme que yo nunca había entendido y que nunca entendería la relación que tenía con  Miguel, una relación pura y de verdad. La dejé tirada en la cocina sollozando, hundiéndose en su propia miseria y autoengaño.

Me dirigí al comedor y yo mismo empecé a soltarle a Miguel el discurso que ellos me soltaron hace años para que aceptara el juego. Que si éramos gente madura, que teníamos que ser abiertos de mente y que esta sociedad únicamente contemplaba una idea de familia y de sexualidad muy retrógrada. Que en el fondo esto era una especie de lucha contra el sistema, la herencia directa del Mayo del 68 francés. Era por la causa. “¿Qué puta causa?” Me soltó él al final. Joder, cuanto razón tenía ¿Qué puta causa?
Le dije a Miguel que se largara de casa y cuando cerré la puerta me dirigí a la cocina lleno de rencor y sádicamente empecé a escupirle a Brenda todo lo que pensaba sobre toda esa gran mierda. Le pregunté que quién coño se había creído que era por haberme hecho pasar por todo eso. Que ella le había encontrado un punto de lógica a esta relación a tres bandas pero que a mí me había estado haciendo daño durante años y que en ningún puto momento había pensado en cómo me podría sentir yo. También le dije que odiaba su puta manía por la simetría y que aún odiaba más el ruido excesivo que hacía al batir los huevos y que, de hecho, esos huevos que había estado batiendo durante todos estos años habían sido los míos y que ya estaba harto. “Que sepas que me has estado haciendo daño. Con tu sufismo y tu lógica y racionalidad y tu visión perfecta del mundo, me has hecho mucho daño”. Tiré varios platos al suelo y ella gritó. Golpeé un armario como si quisiera matar a una persona y me largué al comedor.
Mi mujer se pasó la noche encerrada en la cocina y yo, como siempre, terminé viendo la tele a solas. Al fin y al cabo esta visita no había sido tan distinta de las demás.


 Publicado originalmente en vice.com