martes, 20 de diciembre de 2011

Soy Leyenda


 En la oficina no había nadie. Me acerqué a mi mesa y vi una bolsa del Lidl, de las de plástico, las pequeñas. Encendí el ordenador, aparte la silla de la mesa y me senté en ella. Me acerqué a la mesa con un acertado movimiento de pies. Las ruedas de la silla giraron y me precipitaron hacia mi espacio de trabajo. Tenía la bolsa del Lidl delante de mí. Frente a mi rostro. Examiné su interior. Dentro había algo envuelto en papel de plata. Lo saqué y empecé a desenvolver su contenido. Dentro había un trozo seco de mierda. De mierda humana. Probablemente de alguien de la oficina. Algún compañero. Algún hijo de puta. En ese momento comprendí la situación. Seguramente estarían todos los demás escondidos en algún lugar de la oficina -quizás en el almacén o en el armario ese donde la mujer de la limpieza guarda sus cosas- espiándome. Observando su brillante broma. El divertido juego de regalar mierda a un compañero de trabajo que se relaciona poco con los demás. Menuda mierda de broma. Escuché una sonrisita. Sin duda era Rosa, menuda mierda de tía. La recepcionista. No sabría ni configurar varias cuentas de correo en el Outlook express si se lo pidieran. Y ahora se ríe de mi, escondida con los demás. Patético, solamente lo hacen para ser aceptados, para formar parte de algo grande, para evitar estar en el lado de los que son minoría. Mierda de gente. Tranquilamente cogí la mierda con las manos, estaba seca, era muy ligera y no manchaba. La acerqué a mi boca y empecé a masticarla con toda la tranquilidad del mundo. Seguramente pensaréis que mi punto de vista sea erróneo, pero en ese momento me sentí un ganador. El regador regado. Les metí un buen puñetazo en las pelotas. Les di una jodida lección. Desde sus madrigueras esos bromistas de oficina observaron como me comía su broma. Seguramente esa imagen se les quedaría marcada en el cerebro durante toda su maldita vida. La anécdota iría corriendo de conversación en conversación. El best seller de las anécdotas. En ese momento no me comí una mierda, en ese momento me inmortalicé, o mejor, me convertí en leyenda.