Hay una escena en Robocop que me encanta. Hay un tipo que está en su casa tranquilamente con un par de putas de buen escote (si no son putas son unas amiguitas muy contentas). Hay cava, coca y buena música. Digamos que se lo están pasando bastante bien. El tio está viviendo el cielo en la tierra y encima hace lo que todo hombre con cerebro, cojones y dinero quiere hacer: esnifar coca en los pechos de una mujer. Esta descripción de la felicidad se ve interrumpida por un hombre que entra en la casa, dispara a las putas (eso no lo podría asegurar pero qué cojones), destroza las piernas de nuestro amigo y le pone una bomba en casa que termina con su vida, no sin antes hacerle sufrir como un hijo de puta. Sin duda es la bajada a los infiernos. Este hombre pasa de estar en la santa gloria celestial al puto hades ardiente en cuestión de...SEGUNDOS. Me encanta esta bipolaridad vital. Me encanta porque es verdad y existe. Como Bukowski, que en cierta ocasión se folló a dos tias el mismo día y al siguiente estaba completamente abandonado y sin blanca.
El caso es que hoy me he levantado contento y a lo largo del día las cosas se han ido jodiendo hasta que he terminado cargado de odio. Ahora mismo estoy triste y odio estar trabajando hoy, AHORA. Fin de año me la suda pero odio que me toquen los cojones.
En fin, podemos pensar que el tipo ese de Robocop se recuperó de la terrible explosión, recuperó la movilidad de sus piernas, se construyó una nueva casa con sus propias manos, ganó una buena pasta en el boom de internet de los 90, lo celebró en su casa con unas amigas y ,de nuevo, volvió a esnifar coca en los pechos de esas pibas. Puede ser, en este caso dentro de media hora estaré bebiendo como un hijo de puta, comiendo langostinos y mierda muy cara y bebiendo como un hijo de la gran puta.
Ya sabéis, bajar a los infiernos y subir de nuevo para hacer un último gran brindis.
A tomar por culo.
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