martes, 11 de noviembre de 2008

Miguel

Llevaba más de dos horas de pie en la cocina. La comida estaba fría y me dolían las piernas. Había algo sentado encima de la nevera, me estaba mirando y hacía ruidos con esa cosa extraña que tenía en medio de la cara. No podía entender qué hacía eso en mi cocina, lo único que sabía era que se llamaba Miguel. Entre ruido y ruido, más o menos cada 5 minutos, decía "Miguel". No recuerdo la forma que tenía, ni si tenía extremidades u ojos o torso. El tipo era como carne. Carne y ya está. Carne que decía "Miguel" cada 5 minuitos más o menos. Había decidido esperarme a que pasara algo, sin moverme, a que alguno de los dos hiciera algo, a que me atacara o me abrazara o me llevara con sus amigos. Yo no iba a llevar la iniciativa pero estaba dispuesto a morir. Supongo que él también estaba extrañado. Puede que no tuviera ni puta idea de lo que estaba haciendo ahí, encima de mi nevera. Tardé en descubrir que llevaba una camiseta, o parte de ella. Llevaba una camiseta mía, de cuando era muy pequeño. No sé cómo la había cogido o cómo se la había puesto, pues como he dicho el ser extraño básicamente no tenía forma, el caso es que llevaba mi camiseta de "Campaments del '89". Empezó a dolerme la mano, entonces me di cuenta de que llevaba más de dos horas cogiendo la jarra de agua con mi mano derecha. Estaba llena y pesaba bastante, quiero decir, con el tiempo, se había hecho bastante pesada. Notaba como el brazo estaba tenso y el dolor me llegaba hasta el cerebro. Los dedos hacían fuerza y me dolía la palma de la mano, parecía una enfermedad o algo. -"Miguel"- dijo de nuevo. En ese momento la jarra cayó. Los cristales quedaron navegando encima del agua. Tenía los zapatos mojados y había quedado un pequeño surco en las baldosas de la cocina, como un agujerito negro. Cuando levanté la mirada ya no había nada. No había rastro de esa cosa de carne.

Traje la cena al comedor. Mi esposa me comentó que había tardado un poco. Le dije que se me había caído la jarra del agua y que una baldosa estaba rota. Pero tampoco demasiado. La comida estaba fría pero le gustó. Me preguntó si tenía algún problema. Le dije que en esa casa había algo asqueroso que se hacía llamar "Miguel". Fue entonces cuando me di cuenta de ello y a las tres semanas ya me había echado del piso.

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