De pequeño tuve varios hámsters. Cuando tenemos como 8 años y vamos por las ramblas y vemos a esos pequeños tipos acurrucados en una esquina dentro de una jaula apestosa hay algo dentro de nosotros que nos hace querer POSEERLOS. Les dices a tus padres que quieres esa pequeña mierda peluda y, algún día, después de cientos de intentos, deciden comprártelo para que te calles de una vez y tengas el maldito bicho y se te muera y aprendas la lección.
Mi primer hámster era uno de esos muy pequeños, les llamaban chinos (¿lógico?) y nunca estuvo realmente fino. A veces le pillaban como relámpagos de nervios y temblaba y emitía chillidos agudos. Yo creía que era normal, al fin y al cabo era un hamster chino. Yo tenía como 12 años, supongo que eso de los hámsters me llegó tarde, como todo. A esa edad mis compañeros de clase hablaban de coños y coches y yo rallaba a mis padres para que me comprasen un hámster de mierda. En fin.
Lo que quiero contar con toda esta mierda es una espécie de alegoría de la muerte. De mi visión sobre la muerte o cómo reacciono ante ella, o algo así. Aunque tampoco lo tengo muy claro.
El caso es que yo estaba contento con ese bicho y jugaba con él y, como he dicho, a veces emitía chillidos y temblaba y se quedaba parado mirando a algún sitio. A mi eso me molaba, le daba personalidad, era mi puto hámster especial. Durante esa época una chica de unos 25 años me daba clases particulares porque yo era imbécil y no pillaba nada de mates ni inglés. Así que dos días a la semana al salir de clase tenía que ir a casa a esperar a que llegara esa tipa y me diera clases. Uno de esos días llegué y fuí a ver a mi hámster chino y me lo encontré acurrucada en algodón, no se movía. El tipo la había palmado. Me quedé parado delante de su jaula, el tipo estaba muerto. Yo estaba en casa y no sabía qué hacer. Entonces la professora particular llamó al interfono y le abrí. Cuando llegó no le dije nada de que mi hámster estaba muerto. Hicimos la clase de inglés con el bicho muerto al lado y todo se desarrolló de una forma muy normal. Al terminar ella quiso saludar al pequeño hámster chino. Yo sabía que estaba muerto y no quería que ella lo averiguara, no quería que la tipa se pensara que había descubierto el cadáver y que tendría que ser ella la humana responsable de INFORMARME de que el bicho la había palmado, entonces yo tendría que hacerme el afectado y ella sentiría como pena de mi.
El caso es que "descubrimos" que el bicho había muerto y yo me hice un poco el duro, rollo que todos los bichos tienen que palmarla algún día, al fin y al cabo la tía no estaba mal y tenía 25 años, tenía que mantener la compostura. En verdad me afectó, pero me daba como verguenza que la gente supiera que el bicho había muerto, no es que sintiera verguenza de la muerte en sí, si no que no quería que la gente sintiera pena hacia mí al ser la víctima emocional número 1 de esa muerte. El bicho la había palmado, me daba pena y eso, pero lo acepté. Habría preferido que no hubiera muerto y que todo fuera normal pero más que nada para no tener que pasar por esa situación de mierda con la gente. Creo que la cosa funciona así, aún no lo tengo muy claro.
Años más tarde me pasó exactamente lo mismo. Llegué a casa y descubrí a otro hámster muerto, esta vez medio saliendo por la ventana de su casita de plástico. Le miré, estaba allí tumbado, otra vez un bicho muerto. Pobre. Qué putada, ahora empezarían de nuevo las condoléncias y todo eso. De nuevo yo no quería descubrir esa muerte así que lo dejé en manos de otro. Me senté en el sofá a leer, con el bicho muerto a escasos metros, y esperé a que llegara mi madre. Ella sudó bastante del bicho pero llegó un momento en que descubrió lo que quedaba de la criatura y me informó de la muerte. Me hice el sorprendido y luego lo tiramos al contenedor. No hubo realmente ningún drama aunque ya digo que sentí pena por la pérdida del bicho.
Es una espécie de balanza. Por un lado está la muerte y su valor y por el otro lado las convenciones sociales sobre la muerte. Yo no quiero que me señalen ni hablen sobre lo jodido que puedo estar, yo ya me ocupo de mí mismo. De hecho lo ideal sería que, simplemente, no ocurriera nada y ya está.
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