domingo, 24 de enero de 2010

Un cuento fecal, uno de tantos.

Ese tipo llégó a su trabajo, se sentó en su silla y se sacó el sombrero. Al poco rato se levantó y le comentó a su jefe que se había cagado encima. Su jefe, un tipo comprensivo, le dijo que podía tomarse la tarde libre. El hombre se puso de nuevo el sombrero y se largó a casa a ver la tele. A final de mes vió que su nómina seguía igual, no le habían descontado ese día fecal. Entonces todo empezó. El tipo empezó a cagarse encima cada día, en momentos distintos de su jornada laboral. A veces a los 3 minutos de haber llegado. Se levantaba y se dirigía al jefe "-Perdona, es que creo que me he cagado encima-". El jefe lo mandaba directamente a casa. Otras veces lo hacía cuando quedaban solamente 2 horas para terminar la jornada. Cuando el jefe veía que se levantaba y se acercaba, ya se temía lo peor, aunque a veces era una falsa alarma y solamente pedía el típex. Como quien no quiere la cosa, como si fuera una novedad, como si no le pasara nunca el tipo se acercaba al jefe y lanzaba eso de: "-Perdona, es que creo que me he cagado encima-". Esto lo hacía cada día, os lo juro por mis pelotas. El truco le funcionó toda la vida, luego se jubiló y cada fin de semana contaba a sus nietos esa historia sobre cómo había conseguido vivir sin mover un dedo. Los niños no lo entendían demasiado pero sabían que el abuelo simplemente les quería decir que eso de cagarse encima en el colegio no era algo tan malo. Así que los niños siguieron cagándose encima el resto de su vida. Y los hijos de éstos también, y sus descendientes, y los otros y otros y otros...

1 comentario:

Anónimo dijo...

pufffffffffffffffffffffffffffff
matas