Bueno, como estoy haciendo cosillas para el tercer número de la kurda, voy a colgar lo que hice para el primer número, espero que no les importe. Ya hace tiempo de eso, ya es legal meterlo en la red:
LOS HOMBRES BORRACHOS
Los hombres borrachos son unos seres entrañables que habitan únicamente en España y Portugal. Son uno seres peludos que cagan con la puerta abierta y gritan cuando piden favores. Lo hombres borrachos hacen cosas tiernas pero también hacen cosas jodidas. Por ejemplo, los hombres normales nunca se abrazan. Abrazarse sin estar borracho es como comer un bocadillo de bacon frío. No es agradable, no tiene sentido, es de maricones. Los hombres borrachos se abrazan y se prometen muchas cosas, eso está bien. Se prometen LA eterna amistad y planean comprarse un velero, abandonar a sus esposas e hijos y marcharse hacia un infinito viaje sexual hacia Italia. Se lo prometen pero nunca lo cumplen, porque cuando un hombre deja de estar borracho abandona todas estas promesas. Es como crecer, los niño prometen no dejar nunca de jugar con los He-mans y a lo pocos años ya los tienen olvidados y se pasan el día intentando estocar su pequeño pene en cualquier sitio. En el otro extremo estos amigos borrachos también hacen cosas un tanto desagradables; a veces pegan a sus amigos y amantes, destrozan cosas y se mean, cagan y vomitan encima (cosa que hasta cierto punto puede llegar a ser una anécdota divertida).
En los peores casos lo hombres borrachos pueden desatar el horror y la muerte, totalmente justificable por el propio estado de ebriedad. Para que un hombre se emborrache hace falta que le rompan el corazón, el culo o que tenga ganas de comerse un buen par de tetas sin pensar demasiado. Normalmente lo hacen con alcohol barato comprado en el súper chino por sus hijos, quienes se quedan parte del cambio y los hombres borrachos hacen ver que no se han dado cuenta. Otros lo hacen con colonia chispas mezclada con pan de molde y otros llegan a emborracharse con sus esposas.
Todos los hombres han sido, en algún momento de su vida, un hombre borracho. Pero no todos lo hombres borrachos han sido hombres en algún momento. La ebriedad es una fase, una prueba que un hombre debe pasar. Algunos lo alargan toda la vida, otros unas décadas y otros más cobardes solamente unas horas e incluso minutos. Unos lo limitan a una estúpida celebración universitaria o alguna de estas mierdas. Otros juntan MUCHOS viernes de su vida y pierden muchos polvos por culpa de esto. Los más gallardos se pasan la vida entre botellas y botellines y se unen a esta fútil cruzada, a esta batalla perdida que es el hombre borracho.
Les voy a contar la historia de un hombre borracho:
Juan Robles tenía un buen plan. Era viernes por la tarde y empezó a emborracharse. Ese mismo día venía un colega suyo de toda la vida a la ciudad y querían hacer un poco de jaleo. Juan tenía 45 años y su amigo menos de 30. Bueno, eso de “amigos de toda la vida” es un poco exagerado. Juan trabajaba en una oficina limpiando el suelo y cambiando las bolsas de las papeleras, también hacía trabajos de mantenimiento y arreglos en las conexiones eléctricas, arreglaba la máquina de fax y todas estas mierdas que no debía hacer porque no le pagaban por ello.
El caso es que Mario, el amigo del que hablamos, trabajó allí varios años y ambos congeniaron bastante bien. Siempre hablaban en los descansos y algunas veces salieron por ahí a tomar algo. Luego Mario se fue de la ciudad y Juan se quedó trabajando en ese sitio de mierda sin ningún compañero agradable. Cuando Mario le llamó y le dijo que ese fin de semana vendría a la ciudad y que se podrían ver “un ratillo” (según las propias palabras de Mario), Juan le propuso inmediatamente quedar el mismo viernes en el centro por la noche para “recordar viejos tiempos y tomar unas copichuelas”. El señor Robles, con toda la alegría del mundo, empezó a prepararse bien temprano y se compró varias botellas de whisky barato Hacendado. Empezó a beberlo por la tarde, mezclado con Coca-cola. Se puso unos buenos temas de Chris Isaak de fondo y empezó la fiesta él solo en su casa. En eso consiste el hombre borracho, en la alegría desmedida, en el sentimiento de bien estar, en la felicidad extrema, la esperanza ciega, donde no hay lugar para las decepciones o las consecuencias desagradables. Juan se pilló un buen pedo a las seis de la tarde. El tipo estaba muy contento y a eso de las ocho de la tarde se hizo unos noodles de gambas para cenar. Todo el mundo sabe que no se puede salir a beber sin haber cenado nada. Este es un error en el que caen muchas chicas adolescentes con ganas de poner las pollas bien duras y que terminan poniéndolas bien rebozadas de jugo gástrico. En fin, como los noodles son un poco sosos per sé, Juan les añadió maíz dulce, mucho maíz dulce. A Juan le encantaba el maíz y los noodles con sabor a gamba. Cuando terminó de cenar puso la botella sobrante de whisky en una bolsa de súper y abandonó su hogar. Había quedado con Mario a las nueve y media de la noche en el centro. El tipo ya estaba bastante jodido y decidió ir en Metro para no caer por la calle. El whisky pegó fuerte justo cuando estaba sentado en el Metro. Delante tenía un par de chicas jóvenes que estaban muy buenas. De hecho Juan pensó que podía llegar a follárselas a las dos en ese mismo vagón.
Nada más lejos de la realidad. Juan intentó hablar y empezó a vomitar muy poco a poco. Eran arcadas de maíz dulce. No se notaba mucho, era como una tos extraña. Las chicas primero no se dieron cuenta y Juan consiguió ocultar un poco el hecho de que estaba potando. Se ponía la mano en la boca y cogía esos trozos de maíz y se los ponía dentro de los bolsillos. Hizo esto unas siete veces. Entonces ya tenía maíz por los dos extremos de los labios, en el cuello de su camiseta y en sus pantalones. A primera vista todo parecía normal, pero entonces veías todo ese maíz por el suelo, que caía desde los bolsillos de los pantalones de ese tipo, que también los tenía por toda su ropa, en pequeñas cantidades, y, finalmente, veías que surgían de su boca, en forma de pequeños grumos, salían a cada arcada que hacía ese tipo que iba vestido como un mendigo con una bolsa del Mercadona con una botella dentro. Encima el muy desgraciado llevaba las pantuflas puestas. Las chicas se levantaron y se fueron de delante de Juan. Iba entrando gente nueva que se sentaba al lado del borracho, pero al poco rato descubrían el percal y se largaban. Los bolsillos de Juan terminaron bastante llenos cuando llegó a la parada del centro, allí se bajó y varios seguratas le pararon. Se llevaron a Juan a una esquina y empezaron a interrogarle. Le confiscaron la botella y le preguntaron de qué país era. Juan era español pero en esos momentos parecía algo más jodido que un español (si es que eso existe). Le pidieron el DNI y Juan rebuscó dentro de sus bolsillos, fue sacando maíz hasta que dio con su cartera y pudo sacar el documento nacional de identidad. Los vigilantes, gente curtida en situaciones violentas y extremadamente desagradable (en fin, profesionales en el trato con borrachos), empezaron a tener arcadas y decidieron sacar a la calle a Juan.
Una vez fuera le dijeron que no volviera a subirse a un transporte público en este estado, luego los seguratas volvieron a entrar en el subsuelo corriendo. Juan estaba perdido, no sabía dónde estaba. Se miró la mano y descubrió que ya no tenía la cartera. O alguien se la había robado o se la habían quedado los vigilantes del Metro. Tampoco tenía la botella de whisky y estaba empapado en maíz. Entonces empezó a vomitar de verdad en medio de la plaza del centro donde quedaban todos los jóvenes para salir de marcha. En ese preciso instante apareció Mario.
-Joder Juan, te veo jodido. Bueno mira, he quedado con unas amigas, Jana y Amaia, están muy buenas y son diseñadoras o algo así. Viven aquí en el Born. Mira que no me puedo quedar contigo esta noche. ¿Te parece bien? Ya vendré otro fin de semana, intentaré no tener planes mejores que quedar contigo. Bueno, ya hablamos otro día. Adiós.
Juan volvió a casa y terminó de potar los noodles de sabor a gamba con el pequeño toque de la casa; el maíz dulce. Al día siguiente no se acordaba demasiado de nada y eso ya estaba bien.
Entrañable. Estas tristes historias de borrachos nos tienen que hacer reflexionar. El tipo, con toda la ilusión del mundo, se emborrachó para su amigo. Fracasó cuando su amigo prefirió follar y sudar de él. Pero lo bueno de todo esto son las incontables anécdotas que esos viajeros de tren contaran a sus amigos en los bares, en noches de drogas, en revistas o en blogs de internet sobre ese tipo jodido que estaba lleno de maíz. Maíz que iba potando poco a poco, muy poco a poco. Esta gente será graciosa por un momento, la gente leerá esta historia o la escuchará con atención. Luego estas otras personas las volverán a contar y esparcirán la anécdota de nuevo. Estas semillas son importantes. Estas semillas que se van plantando, poco a poco, dentro de las personas, con total humildad, sin pretensión, sin búsqueda de ningún éxito, son muy importantes. Esto, y solamente esto, es la eternidad. Esto es la batalla perdida que es el hombre borracho; humildad y eternidad.
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